Un homenaje de un gran escritor a nuestro Padre Guía Espiritual y Gran Maestro.
La última confesión – Morris West
Estos días de verano me ofrecen abundantes horas para leer. Costeando por la biblioteca pública mi santa había traído a puerto La Última Confesión. Pero tras un día de lectura me pide que lo devuelva a las marítimas baldas pues no es literatura que le satisfaga. No inquiero sobre ese desafecto. Pueda que sea debido al argumento, a la prosa o a la teología, pero sobre gustos literarios cada cual es libre de elegir sus colores. Uno, que andaba liado con los cuentos de Nada del Otro Mundo, le echa una ojeada al libro de tan australiano y conocido autor, Morris West, (recuerden, Las Sandalias del Pescador, El Abogado del Diablo…) y decide que no estaría mal dedicar unas horas a una novela que trata sobre un personaje tan atractivo como fue Giordano Bruno, aquel monje dominico al que la Santa Iglesia Católica calentó el alma para acabar achicharrándole el cuerpo. Hay además otra razón que me anima a su lectura. Es una razón casual. Me explico. Los libros de autores de multitudinarias ventas no gozan del prestigio de la buena literatura. De hecho son condenados a la hoguera (¡qué obsesión!) de la indiferencia por aquellos que se vanaglorian de no haber leído ninguno de ellos. Estando en esos pensamientos escucho en la radio una entrevista con el escritor vasco Bernardo Atxaga. A la pregunta de si es bueno que el personal lea aunque sean los denostados best-sellers antes de no leer nada, el autor responde con una sentencia que a él le contó un amigo, no recuerdo si librero o editor. Decía así: hay gente a la que le gusta leer mucho y hay a quien le gusta mucho leer. Como la sentencia puede ser interpretada según convenga me inclino por leer La Última Confesión sin más devaneos racionales sobre las calidades literarias y los éxitos de venta.
Y así lo he hecho. Y no me arrepiento de ello. Según cuenta el editor éste fue el último libro de Morris West, es un libro inconcluso al que se le ha añadido un epílogo para poner fin a lo que West escribió. No es una novela histórica al uso de las que últimamente alcanzan éxitos de ventas, una de esas novelas de acción trepidante en la que lo que menos importa es la manera de contar pero sí importa que el lector no pueda respirar yendo de emoción en emoción y de descubrimiento inesperado a suceso imprevisto. En esta novela se cuenta la vida de Giordano Bruno narrada por él mismo desde la celda en la que está cautivo antes de ser ejecutado en la hoguera. Es un diario que comienza el 21 de diciembre de 1599 y concluye el 4 de enero de 1600. Cada día el condenado nos cuenta parte de su errática vida desde que abandonó la orden dominica en Nápoles ante el temor de ser acusado de hereje. Su largo camino por la Suiza calvinista, la Francia católica, la Inglaterra anglicana y los Estados Alemanes hasta llegar a Venecia donde es hecho prisionero por el Santo Oficio de la Muy Santa Inquisición. Y en cada lugar una historia particular que vivir, unos personajes que arropan la aventura de este aventurero de la teología y del raciocinio. La vida en las universidades, en la Corte francesa o inglesa, las relaciones diplomáticas interpuestas, las mujeres de su vida. Porque este último es un capítulo que merece especial mención. Giordano Bruno nos detalla sus amores carnales y sus amores imposibles, desde la cortesana a la vela (historia curiosa sobre el amor pagado y el tiempo que arde) al amor imposible con una dama que esconde en secreto su afiliación cátara. Y mezclado con ese devenir que le trae la memoria, el autor pone en boca del monje sus últimos días de presidio, la tortura que padece, el juicio del tribunal veneciano ante el cual se rinde reconociendo su herejía para conseguir así la salvación, pero que no le es suficiente puesto que sobre el poder de la Serenísima República se impone el omnímodo poder de la Roma papal.
Libro entretenido, alejado de altos niveles de teología para que la fe no alcance índices peligrosos, con citas evangélicas necesarias para el guión (como se decía antiguamente), con base histórica digna, adornado con algún que otro latinismo traducido (que siempre viene bien pues hace años que uno acabó el bachillerato), de fácil lectura sin caer en el tópico, con unos personajes secundarios que incluso provocan la sonrisa cuando el terror reina, una novela de esas que uno ya conoce el final del protagonista, como si fuese una película de romanos en época de Semana Santa, pero no importa, un libro para los que les gusta leer mucho y también para los que les gusta mucho leer.
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